
Pensar no es huir
Mi silencio no es distancia: es lectura profunda
“No estoy huyendo. Estoy pensando.”
Me he acostumbrado a que se interprete mi silencio como desinterés. A que alguien me mire y piense: “¿Te has desconectado?”, “¿No tienes nada que decir?”. Y a veces, muy pocas, me dan ganas de responder: no estoy huyendo. Estoy justo aquí. Pensando.
Vivimos en un mundo que valora más la rapidez de una respuesta que la profundidad de una idea. Se premia al que reacciona primero, no al que entiende mejor. Y cuando eliges no responder de inmediato, cuando eliges no entrar al juego de las reacciones en cadena, te conviertes en el que parece que no está. En el que se fue.
Pero yo no me voy. Me quedo. Solo que no lo hago en la superficie.
Cuando todo se agita, yo no alzo la voz. Me sumerjo. No es retirada, es profundidad.
Aprendí hace tiempo que mi forma de pensar no funciona bien en tiempo real. No por falta de capacidad, sino por respeto al proceso. Necesito observar cómo se mueve el sistema, qué piezas chocan, qué intenciones no se nombran. Y luego, dejo que repose. No porque me falten respuestas, sino porque sé que las respuestas que valen no siempre llegan corriendo.
He visto cómo el impulso arrastra a muchos a tomar decisiones huecas. Cómo la urgencia por tener razón mata ideas buenas antes de nacer. Y cómo, en ese caos, quien se queda en silencio parece invisible… hasta que todo encaja.
No pienso con palabras ruidosas. Pienso con imágenes, con pesos, con líneas que se cruzan. A veces no sé explicarlo, pero lo entiendo. Y cuando lo entiendo, entonces sí: hablo, actúo, construyo.
Pero si esperas que lo haga al ritmo de tu ansiedad, lo sentirás como huida. No lo es.
Pensar no es huir.
Es quedarse cuando todo el mundo ha salido corriendo.