
Cuando el escáner se equivoca
Lo que parecía un fallo del sistema era en realidad un fallo en el escáner
El escáner no es infalible.
En mi sistema mental, hay un módulo simbólico que opera como un escáner de disonancias: detecta todo lo que no encaja, lo que suena falso, lo que chirría aunque no sepa aún por qué. Es una herramienta finísima. Me ha ahorrado incontables horas de depuración, conflictos innecesarios, caminos estériles.
Pero no es perfecto.
A veces, marca como error algo que, con más contexto, resulta ser válido. Y lo interesante no es tanto el fallo —esperable en cualquier sistema— sino lo que ocurre después: cómo se reajusta mi arquitectura interna para reconocer que el fallo estaba en el escáner, no en el entorno. Y cómo se conserva esa excepción como aprendizaje estructural, sin trauma ni ruido.
El error del escáner no invalida el sistema: lo afina.
Esto no es solo una metáfora. Me ha pasado con mi script de auditoría: marcó como “desactualizada” una versión que en realidad era la estable oficial en esa distribución. Y también me ha pasado con personas: detectar una supuesta incoherencia ética o lógica y, al comprender su contexto, descubrir que su acción era profundamente coherente… solo que mi escáner no lo había previsto.
Hay una lección aquí sobre humildad estructural. No esa humildad falsa de quien se achica, sino la auténtica: la de quien puede corregir su propio sistema sin sentir que se ha roto. Validar simbólicamente un “no error” exige más precisión que detectar un fallo evidente.
En ese proceso, el escáner mejora. Aprende. No por parcheo, sino por reajuste interno.
Y ese aprendizaje —como todo en mi sistema— no se celebra ni se publica. Se integra.